sábado, 17 de septiembre de 2011

EL ÁRBOL DE LA VIDA. La última obra maestra

 
EL ÁRBOL DE LA VIDA. Título original: The tree of life. País: USA. Año: 2011. Duración: 141min. Dirección y guión: Terrence Malick. Intérpretes: Brad Pitt, Sean Penn, Jessica Chastain, Hunter McCracken, Tye Sheridan, Fiona Shaw, Irene Bedard, Laramie Eppler. Producción: Dede Gardner, Sarah Green Grant Hill, Brad Pitt y William Pohla. Fotografía: Emmanuel Lubezki. Música: Alexandre Desplat. Montaje: Mark Yoshikawa. Diseño de producción: Jack Fisk. Vestuario: Jacqueline West. Distribuidora: Tripictures. Género: Drama. Estreno en USA: 27 Mayo 2011. Estreno en España: 16 Septiembre 2011.

El árbol de la vida me ha emocionado. Ver esta película ha resultado ser una experiencia extraordinaria. Porque efectivamente no es cine ordinario, en su acepción de común o habitual, sino extraordinario o fuera del orden, incluso con identidad propia.
Yo, que siempre huyo de las megapretensiones cinematográficas, caigo rendida ante una historia que busca respuesta a las grandes preguntas de la existencia, que muestra el origen del universo y que se entrega abiertamente al más allá espiritual. Ahí es nada. Una empresa que se antoja a priori imposible de trasladar a una pantalla pero que, si te dejas llevar, sientes cómo va fluyendo ante ti.  El hilo que nos conduce por este delicado viaje de emociones es una familia con la que todo espectador puede identificarse, el guía es el hijo y hermano de una de familia americana de los años 50, desde que nace hasta que madura e intenta reconciliarse con los traumas de su vida.
El niño es Hunter McCracken, un portento de expresividad, que de adulto será Sean Penn, en un papel hecho a su medida porque pocos actores saben dar rienda suelta a la tortura interior con esa credibilidad que él aporta. El resto del reparto también está a la altura: nunca he visto mejor a Brad Pitt, aquí en un difícil personaje de padre autoritario aunque amoroso que no sabe transmitir su amor pero sí su ira. La madre, Jessica Chastain, esa presencia casi mágica, repleta de ternura y delicadeza. Y la naturaleza...
Que Terrence Malick, director y guionista de esta hermosura, fuera filósofo antes que cineasta, se nota. Hace reflexionar. No es cine fácil, no te llega masticadito para engullir sin más. Seguramente, aunque el disfrute sea inmenso, no puedas comprender en una primer acercamiento cada una de las situaciones que se van sucediendo. Pero, qué más da. La combinación de imágenes coreografiadas por una cámara bailarina con la música sinfónica y la voz en off que las acompaña -porque apenas hay diálogos, sí clarificadores silencios- componen una auténtica obra de arte. Si entras en ella sin prejuicios y con voluntad, el regalo se completa con el epílogo, con la secuencia de la playa en la que la emoción se desborda hasta la lágrima.

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