lunes, 27 de febrero de 2012

LOS OSCAR DE LA NOSTALGIA Y LOS GOYA EN EL RECUERDO


Sólo una semana ha transcurrido desde la entrega de los Goya y la de los Oscar, y con las ceremonias tan recientes no puedo evitar las comparaciones, sobre todo cuando la Academia de Cine española mira tan de frente a la americana a la hora de preparar sus galas. Este año 2012 las dos han aprendido la lección del dinamismo y ambas han resultado mucho más ligeras. Los Goya, recortando palabrería a los presentadores que entregaban los premios, y los Oscar, gracias a lo reducido de la mayoría de los agradecimientos de los galardonados, por fortuna para el espectador en vela. Sin embargo, aquí en España aún resultó larguísimo el discurso institucional del presidente Enrique González Macho y de las vicepresidentas, Judith Collet y Marta Etura, frente al mucho más conciso del máximo responsable de la Academia de Hollywood.
En cuanto a espectacularidad, en nuestro país aún tenemos que mejorar porque nos faltó, por ejemplo, un número tan rompedor como el del Cirque du Soleil de los Oscars. Eso sí, nosotros tuvimos a Santiago Segura y su divertidísima intervención, que se nos antojó corta. Por su parte, los maestros de ceremonias cumplieron con su papel dignamente. A Eva Hache la noté algo cohibida con respecto a otras intervenciones suyas -quizás le faltó alguno de sus guionistas habituales- aunque estuvo bien en el vídeo de presentación de las películas. Como Billy Cristal, que ya es un valor seguro en este tipo de montajes y los borda, pero en general también estuvo demasiado correcto toda la gala, le faltó picardía como la española. Eso sí, Hache aparecía poco en comparación a las intervenciones del actor, mucho más presente en la función.
Los premios han sido por lo general bastante previsibles, ajustados a la mayoría de las quinielas, pero en mi opinión, acertados en gran parte y equitativamente repartidos entre las distintas candidatas. Éste era el año en que se merecía el triunfo Enrique Urbizu y su No habrá paz para los malvados, en España, y del fenómeno social de Michel Hazanavicius, The Artist, en Hollywood, aunque la francesa también se llevó el premio a la mejor película europea en los Goya. Precisamente de los galardones españoles, los que más ilusión me hicieron fueron los de la mejor actriz de reparto, para la excelente Ana Wagener por La voz dormida, y el mejor actor de reparto, Lluís Homar, por Eva, sin duda un personaje cañón auténtico robaplanos en esta película. Además, el catalán tuvo el acierto de acordarse en su discurso de Montxo Armendáriz, director de la estupenda No tengas miedo, que pasó casi desapercibida para los académicos con el único reconocimiento de una candidatura para la actriz revelación, magnífica Michelle Jenner, cuando bien habría merecido algunas más. También eché en falta La mitad de Óscar, de Manuel Martín Cuenca, otra de las grandes olvidadas en las nominaciones. Una pena.
Pero todos los años ocurre lo mismo, también en los Oscar donde faltaban títulos tan imprescindibles esta vez como Drive, de Nicolas Winding Refn, Shame, de Steve McQueen, o Un método peligroso, de David Cronenberg,  por citar sólo tres ejemplos. De ellos habría que destacar además a buena parte de sus repartos, con nombres que se repiten en algunos casos como Michael Fassbender, Carey Mulligan, Ryan Gosling o Viggo Mortensen. Ninguno de ellos obtuvo ni siquiera una nominación. Grave error. Menos mal que de entre los candidatos este año, han ganado los que más se lo merecían, aunque yo habría preferido premiar a Bérénice Bejo como mejor actriz de reparto por ser el alma de The Artist, como recordó su marido y director Michel Hazanavicius en su discurso de agradecimiento, en lugar de la muy solvente Octavia Spencer de Criadas y Señoras, porque aunque es verdad que su personaje es el catalizador de la película, este filme no es de mi gusto ni mucho menos. Bien también por el tercer Oscar de su carrera para Meryl Streep, por La Dama de Hierro, que tras diecisiete nominaciones, ya se había acostumbrado a permanecer sentada después de oír su nombre entre las candidatas. Ah, y sobre todo, genial la presentación que hizo de ella el perfecto gentleman que es Colin Firth, recordando el rodaje de ambos en Mamma Mia!. Un encanto.
Me gustó mucho también el reconocimiento al mítico Christopher Plummer como mejor actor de reparto por Beginners (Principiantes), en forma a sus 82 años y adorable como ese viejo gay que sale del armario tras la muerte de su esposa. Y bravo por Jean Dujardin, el primer actor francés en conseguir una estatuilla dorada por la aclamada The Artist, sobre todo en una terna en la que lo tenía complicado ante George Clooney en uno de esos papeles de hombre corriente que le van como anillo al dedo en Los Descendientes, o ante el guapísimo Brad Pitt por Moneyball: Rompiendo las reglas, uno de los más deslumbrantes de la gala, en un año en el que no le habría sobrado tampoco la nominación por la excepcional El árbol de la vida.
En cuanto a la representación española en los Oscar, no tuvo suerte la película de animación Chico & Rita, de Fernando Trueba y Javier Mariscal, al que le birló el premió el camaleón vaquero de Rango. Tampoco se lo llevó la partitura de Alberto Iglesias por El Topo, y es que la mejor banda sonora recayó en esa maravilla compuesta por Ludovic Bource para The Artist. Sin embargo sí que consiguió premio Midnight in París, de Woody Allen, con parte de presupuesto español, y que logró el de mejor guión original. Todo un acierto a mi entender, porque reconoce ese derroche de brillantez del director neoyorkino, algo que no hizo la Academia española en los Goya, que también nominó este guión pero prefirió dar el premio a la película triunfadora del año, No habrá paz para los malvados, bueno desde luego, pero no excelente.
Y podría seguir hablando y hablando de los premios y de las galas, la de los Oscar ha girado este año en torno a la nostalgia de los inicios del cine y sus pioneros gracias a las dos títulos triunfadores The Artist y La invención de Hugo, pero también a los recurrentes momentos en los que se aludía al placer de ver las películas en las salas cargados de palomitas, algo que también se homenajeó en la gala de los Goya con el escenario dedicado a un cine de los de antes.  Coincidencia lógica de nuevo entre ambas ceremonias en tiempos en los que ir al cine está quedando en desuso ante el despliegue de las nuevas tecnologías. Esperemos que no perdamos las buenas costumbres y sigamos viendo las películas en pantalla grande.

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